Cojo el 2012, y lo tiro por el retrete...

Da igual cuántas cosas hayan salido bien, ni cuántas he hecho bien en el año, porque siempre llego al final con la moral por los suelos, cosa que hace que lo vea todo muy negativo y me acuerde más de los errores y lo malo que de lo bueno.

Y es que el mundo constantemente da señales de que no vale la pena ni pasar un fin de semana en él, pero también hay [en menor cantidad] cosas que te exigen quedarte un poco más. Después de todo soy muy optimista, y puede que ese sea el problema. Ser optimista es agotador, porque lo fácil es quejarse, pero pelear hasta el final, para que a menudo, el resultado no merezca ni la pena... Lo más gracioso, es que aún así, siempre está la expectativa, ese "la próxima vez será mejor", el viejo y manido "al principio cuesta, y ya luego la cosa rodará más fácilmente", etc.

Cuando me doy cuenta de que los resultados suelen ser más breves que todo el tiempo y esfuerzo previo, es normal que pierda algo de motivación, pero siempre tengo esa vocecilla que aparece cuando más jodido estoy que me dice que siga, que mañana será otro día, y quién sabe, puede que sea mejor.
La misma vocecilla suele aparecer al final del año para decirme lo mismo; "el que viene será otro año, de ti depende que sea mejor o peor". Me anima bastante pensar en ello, mientras me voy medio hundiendo sabiendo de quién va a depender todo el esfuerzo.

Ayy, tradiciones, tan... sin sentido.

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